¿Para quién es la inseguridad?
Sin ánimo de sembrar temor, a veces se puede afirmar que la escalada de violencia es más grave de lo que parece. Y detrás, hay historias que convendría tener en cuenta a la hora de decidirnos por mano dura o prevención.
*Por Inés María Correa (19/07/2001)
Las escenas que ocurren en la vía pública, donde la víctima puede ser cualquiera de nosotros, dan una imagen que hace pensar que esos hechos, denunciados o no, podrían asemejarse a una guerra, no declarada, pero guerra al fin. La diferencia es que en la guerra declarada se pueden establecer pactos y fronteras. Pero, sobre todo, cada bando es enemigo del otro y sabe adónde tiene que disparar. En la guerra, cuando está declarada, cada parte lucha por algo y tiene su meta fijada. Pero, ¿cuáles pueden ser los efectos de una guerra no declarada, en la que cada bando tiene la misma o casi la misma aspiración para su país?
Hace unos días, D., de solo quince años, me decía:
-Para mí, esto es como una guerra, en la que estamos unos contra otros. Venimos a la Capital porque acá la gente tiene plata, pero en mi barrio me porto bien: ahí la gente no tiene trabajo y los chicos no tienen casi para comer.
-¿Cómo una guerra? -pregunté.
-Somos nosotros contra ellos.
-Pero, ¿quiénes son unos y otros?
Y la respuesta no llegó. Lo que sí me quedó en claro, a pesar mío, en la conversación es que, sean cuales fueren los bandos, si los hay, hay gran cantidad de armas circulando entre los más chicos.
El grupo de personas más vulnerables en una sociedad son siempre los niños, los discapacitados y los ancianos. A ellos debiéramos cuidar con principal atención. Y la respuesta a la realidad de cientos o miles de niños que van a las escuelas a recibir su ración diaria de comida debiera ser un llamado a la reflexión y a la acción solidaria. Para que esos chicos por lo menos permanezcan dentro del sistema educativo y no tener que justificar esta historia.
En "algo raro"
Uno de los nueve hijos que tuvo Ramona es A. Viviendo en un barrio alejado del conurbano, los chicos tienen que caminar casi quince cuadras todos los días para llegar al colegio. En los últimos grados, los chicos mayores y en especial los varones van dejando de asistir regularmente, porque según las necesidades de la familia deben ocuparse de quehaceres domésticos y de cuidar a los hermanos más chicos. Cuando los hijos eran más chicos, tanto Ramona como su marido salían a veces a realizar alguna changa o a buscarla. Nunca supimos si Ramona no les festejaba el cumpleaños a los chicos por falta de dinero, por olvido o porque a ella misma nunca se lo habían festejado.
Alrededor de los 11 años, A., después de cuidar a sus hermanos, empezó a salir con un amigo del barrio que era mucho mayor que él, y se sabía andaba en "algo raro" porque siempre estaba bien vestido y con zapatillas de marca. Con ese amigo, más grande, empezó a conocer la calle, las corridas, los arrebatos y los peligros.
Cuando A. tenía trece años, Ramona que también había crecido en la calle, murió víctima del Sida. Las encargadas de comunicarles esto a los hermanos fueron unas tías, que luego se hicieron cargo de ellos. "No tengo otra" En A. esta noticia tuvo muy mal efecto. Casi no volvía a su casa, y cuando lo hacía era para llevarles algo a su hermanos más chicos, que querían seguirlo, pero hasta el día de hoy A. nunca se lo permitió. El mismo día de la noticia de la muerte de su madre, el chico salió con un arma que había comprado en su barrio a solo 15 pesos. Muchas veces la usaba solo para asustar, pero con el tiempo los hechos en los que se lo encontraba daban cuenta de su alto nivel de exposición. Decía A.:
-Yo soy especialista en toma de rehenes: agarro a una persona y la uso de escudo, así a mí no me matan. Yo tampoco quiero matar, pero si estoy solo, seguro que me la dan.
-¿No te parece muy arriesgado que si te agarran a vos solo te puedan matar?
-¡Qué me importa! -respondía él-. Me harían un favor: ya estoy jugado. Mi vieja se murió de Sida, mis hermanos no tienen para comer, yo salgo a robar porque no tengo otra. Las veces que salí a buscar trabajo no encontré nada; además, tengo quince años, no tengo muchas posibilidades. Las dos historias nos pueden estremecer, pero son parte de la realidad que puede verse a diario. Estas historias muestran el revés de la escena de violencia cruel y despiadada. Quienes protagonizan estos hechos muestran que en el fondo poco valor le dan a su propia vida. Es estremecedor también que en las dos historias los protagonistas tienen apenas quince años, no terminaron el ciclo primario y para ellos las expectativas de vida se agotan en el día siguiente. Lo estremecedor sigue siendo la facilidad y el bajo costo con la que cualquier niño o adolescente tiene acceso a un arma (incluso las policiales) y la facilidad para conseguir cualquier tipo de droga. Estos mercados parecieran estar demasiado seguros y protegidos como para ni siquiera excluir de ellos a las criaturas. Sería muy conveniente para proteger la seguridad de todos nosotros tener en cuenta que casi no quedan quienes estén seguros, unos por una cosa y otros por otra. Pero con solo mirar en nuestro pasado podemos descubrir que las luchas entre nosotros no hacen más que debilitarnos. * Inés María Correa es especialista en temas de infancia y adolescencia, es coordinadora del Centro de Atención de Menores en Tránsito (Camet), del Consejo Nacional del Menor y la Familia.
Artículo publicado en 'La Nación' (Argentina).
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