Viernes 5 de Setiembre de 2003
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El trabajo infantil no es un juego
Por Inés María Correa
Para LA NACION
El trabajo infantil hace más que privar a los niños de su educación y de su desarrollo físico y mental: les roba la infancia.
W. McCarney
Los carteles que anunciaban Hombres trabajando solían ser parte del paisaje urbano cuando el país gozaba de un relativo bienestar y la mayoría de los niños esperaba en su casa la llegada del padre para compartir la mesa.
Hoy la imagen es otra. Vemos caravanas de hombres y mujeres, pero sobre todo de chicos, cargando por las calles -tracción a sangre- todo el material en desuso que logran encontrar. Podríamos hasta reemplazar la leyenda antes citada por la de ¡Alerta, niños trabajando!
El trabajo más común en el que se ve a los chicos en estos tiempos es el de recolectores de residuos. Pasan horas hurgando entre las bolsas de basura en busca de metales, diarios, botellas y cualquier material que pida el mundo del reciclado. Es un empleo que no les exige libreta sanitaria, ni escolaridad, ni la firma de un adulto que se haga responsable. Es una forma de empleo regida sólo por las duras leyes de la supervivencia.
El presidente de la Asociación Internacional de Magistrados de la Juventud y la Familia y magistrado de la Juventud y la Familia de Belfast, Irlanda del Norte, Willie McCarney, visitó el mes último nuestro país. En la Defensoría General de la Nación expuso su postura con relación al tema del trabajo infantil.
"El trabajo es un hecho normal en la vida de millones de niños del mundo -dijo entonces-. Los niños realizan un rango enorme de tareas. Lo hacen para sostenerse y para sostener a sus familias. Su aporte puede hacer la diferencia entre el hambre y la supervivencia."
Un timbre que alarma
Todos los días, en distintos barrios de la ciudad, a las 7 de la mañana ya empiezan a sonar los timbres de las casas: "Señora, ¿tiene algo para darme?", dice una vocecita desde la vereda, así llueva, hiele o haga un calor agobiante.
Los hermanos se distribuyen por cuadras, para repetir el pedido a cada vecino. Si salimos a la calle respondiendo al llamado siempre están ese nene o esa nena, con su labor de hormiga.
A la noche, si acarrean papel, deben llegar con cincuenta kilos, por lo menos, para venderle al acopiador. "Tenemos que llevar mucho papel. Aumentó el precio, hay que aprovechar. Mi mamá me dijo que ahora me tiene que comprar zapatillas a mí", explica el pequeño Emmanuel, de siete años, uno de los ocho hijos de una familia que viaja tres horas diarias para llegar a la Capital. A las 20, Emmanuel todavía sigue revisando las enormes bolsas negras de basura en busca de algún elemento que se pueda vender y, a veces, que directamente se pueda comer.
McCarney aclaraba en su disertación: "Entiendo por trabajo infantil cualquier trabajo que, por su naturaleza o condiciones de empleo, implique un detrimento para el desarrollo físico, mental, moral, social o emocional de un niño. Y un niño es toda persona menor de 18 años. Es imposible decir exactamente cuántos niños trabajadores existen en el mundo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) sugiere que son unos 250 millones. Unicef dice que la cifra de 400 millones puede estar más cerca de la cantidad real".
Para la Argentina, expuso las siguientes estadísticas: "De acuerdo con las cifras de la OIT, en 2001 trabajaba el 6,47 por ciento de los niños entre los 10 y los 14 años. Pero la sede local de esta organización señala que este índice se ha elevado y que podría llegar, en verdad, al diez por ciento".
Hoy basta con caminar por los barrios para ver que las cifras se han multiplicado en forma alarmante. Pero el trabajo infantil en las calles es sólo el más evidente. También están los trabajos ocultos: la utilización de niñas y niños en el mercado sexual, en fábricas insalubres y en tareas domésticas, por ejemplo.
¿Cuáles son las causas de esta explotación y por qué es tan difícil de erradicar? McCarney opinaba en su disertación: "Mucha gente ve a la pobreza como la causa principal del trabajo infantil. Este es, indudablemente, el factor dominante. Las familias que se ubican bajo la línea de la pobreza fuerzan a sus niños al trabajo para complementar sus magros ingresos hogareños. Pero la erradicación de la miseria, sin embargo, es sólo uno de los primeros pasos en el camino de la eliminación del trabajo infantil. Existen muchos otros factores asociados con la pobreza que conspiran para impulsar a los niños al empleo. Uno de ellos, el recorte en el gasto social -particularmente en los servicios de educación y salud-, tiene un impacto directo. Con poco o ningún acceso a la escolaridad, los niños son forzados a trabajar a una edad temprana. Otro factor tremendo es que los niños prostituidos resultan un gran negocio para el mercado internacional del sexo. Niñas y, en menor grado, niños son secuestrados y vendidos, y caen en poder de redes de traficantes que proveen a mercados extranjeros. Junto con la pobreza, la discriminación sexual y racial también impulsa a los niños al negocio del turismo sexual".
Por eso agrega McCarney: "La Convención 182 de la OIT insta a los gobiernos a prevenir a los niños sobre el peligro de ciertas tareas y a iniciar campañas de educación para que dejen de hacerlas".
Sin tiempo para crecer
El trabajo infantil inicia un círculo perverso. Si un niño no puede estudiar, el ciclo de la pobreza se repite y no podrá nunca escapar de la miseria. Cuando la familia es muy pobre, no hay crecimiento creativo para sus hijos, no hay juego para ellos, ni tiempo para gastar haciendo algo que no sea esencial para la supervivencia. En esos grupos familiares un niño de tres años cuida a un bebe de ocho meses y uno de cuatro años ya sale a trabajar.
Sin embargo, el trabajo infantil no es un tema sencillo. McCarney reconoce que aunque algunas actividades, tales como el trabajo esclavizado o la explotación sexual, son claramente aberrantes y deben ser eliminadas inmediatamente, con respecto a otro tipo de empleos las soluciones no son tan claras. Si todos los niños trabajadores fueran retirados repentinamente del ámbito laboral, en algunas comunidades los problemas serían difíciles de remontar a corto plazo. Por eso los gobiernos necesitan elaborar programas de transición que actúen como red de seguridad.
En el tema de la protección a la infancia, lo que no mejora o queda estable irremediablemente empeorará. Por Emmanuel y por los cientos de miles de niños que deben salir a trabajar para buscar su sustento, las soluciones deben buscarse ya mismo. Todavía podemos integrarlos en el crecimiento. Todavía podemos devolverles la niñez.
La autora es especialista en temas de niñez y adolescencia. Fue directora del Instituto San Martín del Consejo del Menor y la Familia.
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/524783
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